Sergio RECARTE
Don Pablo Zizur, nacido en Pamplona en 1743, es una figura poco conocida y, sin embargo, tuvo una biografía que merece la pena recordar. Por sus hechos como piloto de la Real Armada española, pero sobre todo, por sus incansables derroteros sobre ese inmenso mar terrestre, desolado y desconocido que era La Pampa para el hombre blanco en las postrimerías del siglo XVIII.
Las noticias que nos llegan de este navarro son fragmentarias. Según dejó constancia el napolitano Pedro de Angelis —afincado en Buenos Aires en 1827 y uno de los primeros historiadores que tuvo el Río de la Plata—, Pablo Zizur fue educado en el Colegio de San Telmo, a orillas del río Guadalquivir y a extramuros de la ciudad de Sevilla. Una institución estrechamente relacionada al complejo entramado burocrático y económico con las posiciones de ultramar de la corona española, en particular con las existentes en América. En este sentido, uno de los objetivos de este colegio fue centrarse en la formación de marineros, artilleros y pilotos para las flotas y navíos en los viajes por los mares y hacia esos destinos.
Por otra parte, si nos atenemos al carácter caritativo-asistencial del sevillano Colegio de San Telmo, podemos aventurar, con respecto a esa etapa en la vida de Zizur, que la condición económica de su familia no debió ser lo suficientemente próspera. Situación que lo habría llevado (siempre en el terreno de la conjetura) a acudir, ya sea por voluntad de sus padres o por el fallecimiento de estos, al seno de algún familiar influyente radicado en Sevilla, ciudad donde existía una sólida y activa colectividad de vascos estrechamente ligada al comercio con Las Indias.
Lo cierto es que en ese ámbito educativo, creado en 1681 por la Real Célula de Carlos II, logró el joven pamplonés sobresalir por su dedicación y empeño. A punto tal, que aún sin terminar sus estudios como piloto naval, obtuvo una cátedra de matemática en la Academia de Guardias Marinas en Cádiz y luego en la Isla de León, cuando esta institución militar fue trasladada allí, en la misma bahía existente frente a esa ciudad andaluza.
A los 16 años integró la dotación de pilotos de la nave Real Fenix, al mando de don Gutiérrez de Hevia y buque insignia del teniente general Juan José Navarro, Marqués de la Victoria. Embarcación de 80 cañones que comandó la poderosa escuadra que partió el 29 de agosto de 1759 para traer a Carlos III al trono de España, a la sazón Rey de Nápoles, por fallecimiento de su hermano Fernando VI. Viaje donde tuvo contacto con toda la comitiva real a bordo del Fénix hasta que ésta desembarcó en el puerto de Barcelona el 17 de octubre de ese mismo año.
Luego vendría para el pamplonés una etapa de su juventud de la que no disponemos suficiente información. Sabemos, de una manera un tanto parcial, que logró la oportunidad de curtirse como marino en diferentes singladuras por el Mediterráneo, siempre en calidad de piloto de la Armada Naval. Como también de su retorno al puesto de docente en la Escuela de Guardias Marinas, cuando España entró en la Guerra de los Siete Años, en la que se enfrentaron Francia e Inglaterra por el dominio del continente europeo, pero sobre todo, por el control marítimo del Atlántico.
Momento crucial de la historia de la monarquía española, cuando Carlos III tomó la iniciativa de romper con la política de neutralidad de su predecesor Fernando VI, al tener la certeza de que se avecinaba una etapa conflictiva para mantener bajo su corona los extensos dominios seriamente amenazados por el expansionismo de Gran Bretaña. Acorde a esa realidad fue primordial para la realeza contar con barcos adecuados y personal idóneo a bordo, y jugaron un papel destacado, por supuesto, las escuelas de Guardias Marinas, entre otras áreas vitales relacionadas con la navegación y las vías de comunicación, con los remotos territorios de ultramar.
La revancha al navarro y sus ansias y deseos de navegar le llegaron cuando fue requerido para participar en la segunda expedición de Pedro de Ceballos a tierras sudamericana, sólo que esta vez no como gobernador, sino como máximo conductor del recién creado virreinato del Río de la Plata. Poderosa escuadra compuesta de seis buques de guerra y decenas de barcos de transporte que partió de Cádiz el 12 de octubre de 1776 y en la cual, Pablo Zizur, con 33 años y el prestigio adquirido de hábil piloto en el uso de los instrumentos náuticos y cartas de navegación, logró el reconocimiento de los mandos militares y del propio Ceballos.
No resultó extraño que, apenas arribado a Buenos Aires y con el grado de alférez de navío, Zizur se viera involucrado en las diversas acciones en torno a los intentos de la corona española por recuperar la ciudad de Colonia de Sacramento en manos de los portugueses, la que finalmente fue conquista de manera definitiva hasta la disolución del virreinato. Experiencia militar que lo llevó a sumar a su saber suficientes conocimientos sobre la siempre y dificultosa navegación sobre el Río de la Plata a causa de los traicioneros bancos de arena y limo bajo sus aguas marrones.
Pero no bien se apaciguaron los ánimos bélicos en ambas orillas del Río de la Plata, Zizur fue encomendado a integrar un viaje de reconocimiento y estudio de las costas patagónicas, motivado por el interés de la corte borbónica de poseer, sobre esa vasta zona austral, una cartografía adecuada y actualizada. A la vez, la expedición tenía la tarea de recabar datos necesarios para el posterior asentamiento de algunas poblaciones. Fue así que, el 15 de diciembre de 1778, partió del puerto de Montevideo integrando la dotación de cuatro embarcaciones bajo el mando de Juan de la Piedra.
No salió bien librado el navarro en esta navegación, que en los papeles debió de alcanzar el Cabo de Hornos e islas Malvinas. Nos informa don Pedro de Angelis, medio siglo después, que la embarcación donde viajaba Zizur padeció los embates de persistentes vientos huracanados que provocaron su hundimiento, posiblemente a la altura de la Bahía San Julián, y él se salvó de padecer ahogado al lograr subir a una pequeña embarcación junto con unos pocos compañeros. Luego de 16 días de navegación y sufriendo mil peripecias, todos pudieron salvar sus vidas al recibir la ayuda de una nave de guerra anclada en una rada de la Isla Soledad. Aun así, el navarro debió de padecer la amputación de una pierna a causa de una gangrena, al helársele un pie a causa del terrible frío reinante. De este modo, tullido y maltrecho, regresó el navarro a Montevideo, para radicarse posteriormente en la ciudad de Buenos Aires.
Familiaren inplikazioa funtsezkoa da irakurketa sustatzeko.
Foto: CC BY - Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla
La presencia de Zizur no pasó desapercibida para el nuevo virrey Juan José de Vertiz, quien había sustituido a Ceballos en el cargo. Muy pronto, el piloto pamplonés se vio abocado a nuevas empresas con la particularidad que las realizaría alejado del mar, al cual, en verdad, nunca más regresó. En 1781 su destino fue una extenuante travesía por tierra de algo más de 1.000 kilómetros, en medio de las mayores privaciones y peligros, desde Buenos Aires al recién erigido Fuerte del Carmen a orilla del río Negro. Misión que consistió en reconocer y trazar una vía de comunicación que uniera este asentamiento patagónico con la capital del virreinato por fuera de la habitual alternativa marítima. De manera paralela se le encomendó llevar a buen término un tratado de paz con el influyente cacique Calpisqui, al que los españoles llamaban Lorenzo, teniendo éste sus toldos en las sierras de la Ventana. No entraremos en detalles de los pormenores de este viaje. El propio Zizur se encargó en asentarlo en su Diario visibilizando y dejando constancia de las conflictivas, tirantes y violentas relaciones de los indígenas con los españoles y entre las propias y diferentes tribus que poblaban esos vastos territorios.
Tres años más tarde otros fueron los rumbos del piloto de la Real Armada. Esta vez le tocaría en suerte integrar una de las cuatro partidas de demarcación de límites que debían trabajar, de manera conjunta, con otras enviadas por el reino lusitano. Trazas de fronteras que, pergeñada y programada inmediatamente después de firmarse el Tratado de San Ildefonso entre España y Portugal en 1777, y que afectaba en particular a tierras del Paraguay y la amplia área de las misiones jesuíticas.
Zizur fue designado a la dotación de la cuarta partida cuyo jefe era un paisano suyo, el también navarro Juan Francisco de Aguirre Ustáriz. La mencionada expedición partió con destino a Asunción del Paraguay desde el fondeadero de Las Conchas, el 30 de diciembre de 1783, empleando como ruta de viaje la navegación fluvial. Su misión fue, como lo registra Carlos Ibarguren: “recorrer sobre el terreno toda la línea que comenzaba del primer río de gran caudal al oeste del Paraná, hasta el desaguadero del río Jaurú”.
En verdad, poco fue el tiempo que permaneció Pablo Zizur en tierras paraguayas, siempre esperando en vano, como todos los integrantes de las restantes partidas, la llegada de las partidas portuguesas que de manera deliberada jamás se acercaron a esos territorios por considerar que el tratado del año 1777 iba en contra de sus intereses. Otro destino le estaba esperando.
Padecía en aquellos tiempos la capital del virreinato más austral del Reino de España, una más de las tantas necesidades que castigaba a sus pobladores. En esa ocasión: la falta de sal. El Cabildo de esa ciudad, atento a esa demanda, ordenó una nueva expedición a Salinas Grandes, ubicadas en los confines occidentales de La Pampa y dentro del dominio aborigen. Pero no iba a ser aquella expedición una más de las tantas que se habían efectuado con ese destino, porque además de tratar de aprovisionarse del tan preciado elemento para la vida de los porteños, las autoridades tenían el proyecto de levantar una fortaleza y una población en las proximidades de aquellos salitrales, y el relevamiento de los campos desde Luján hasta esos mismos lugares. Y para ello, los cabildantes tuvieron en cuenta los saberes y la experiencia de don Pablo Zizur.
Tras no pocos obstáculos, finalmente, una extensa columna de carretas con más de 470 cargadores y un considerable número de oficiales y tropas bajo el mando del Maestre de Campo don Manuel de Pinazo se pudo poner en marcha, partiendo desde la localidad de Luján el 30 de septiembre de 1786 con el Alférez de Fragata, geógrafo y piloto encargado de dejar asentados en planos y mapas todo cuanto fuera de interés para los objetivos de la expedición. Tarea que el navarro recopiló bajo el título: “Diario de una Expedición a Salinas, emprendida por Orden del Marqués de Loreto, Virrey de Buenos Aires”.
Diario que es una prueba palpable de los profundos conocimientos científicos y de la dedicación y rigor del navarro por registrar cuantos detalles de interés se le presentaron durante aquel derrotero por la inmensidad desolada de La Pampa y que abarcó más de 1.250 kilómetros en 51 días de travesía. Y, como da fe el historiador Pedro de Angelis, allá por las primeras década del siglo XIX: “La descripción de las lagunas y campos y cuanto accidente geográfico, son tan completas como exactos y los que la han visitado después no han desmentido ninguno de sus asertos”, rematando con esta afirmación: “Para emprender un viaje hacia allá no se necesita más dato que los que nos ha transmitido el oficial Zizur”.
Después de esto, la vida del piloto comenzaría a desdibujarse como si la historia se hubiera empeñado en ocultarlo. Sabemos, a duras penas, que fue promovido a Teniente de Fragata. También, de sus intentos por obtener un empleo de agrimensor público al que no pudo acceder por la negativa del Cabildo de Buenos Aires, como del nombramiento, un año después de su viaje a Salinas Grandes, a integrar la expedición comandada por el reputado Capitán de Navío de la Armada Real, don Félix de Azara en un recorrido por la dispersa y fragmentada línea de fortines que abarcaba Luján, Navarro, Lobos, Montes y Chascomús. Nombramiento que finalmente recayó, por encontrarse Zizur enfermo, en el primer piloto de la Armada Real, el vasco Juan Inciarte, integrante junto con otro vasco; Martín de Olavide, de aquella magna expedición alrededor del mundo de Alejandro Malaspina.
Recién allá por el año 1791, en su segundo semestre, un pequeño haz de luz alcanzó a iluminar la vida del navarro en la penumbra de nuestra historiografía. Y gracias a ello, lo ubicamos con el cargo de Capitán del Puerto de Buenos Aires, reemplazando al catalán don Manuel Martorell por fallecimiento de éste, y cuando los vecinos de Buenos Aires veían con asombro el súbito crecimiento de las actividades portuarias a causa de la habilitación al comercio exterior, luego de décadas de aislamiento, por orden de la corte borbónica.
Pero la salud de Pablo Zizur no estaba en condiciones de soportar las tensiones y problemáticas que acarreaban las diversas actividades de un puerto, para entonces, en continuo crecimiento. En esas circunstancias, era más que notorio que se debían de encarar nuevas mejoras. Y en este sentido, a De Angelis, en sus observaciones minuciosas del pasado histórico de aquella gran aldea en los confines españoles de la América meridional, no se le escapó el detalle sobre las actividades de aquel Capitán de Puerto. “Zizur, siempre activo y celoso del bien público, emprendió, en otros labores, la gran obra de balizar los bancos que embarazan la navegación del río, del que levantó el plano hidrográfico”. En esa ardua tarea, enfermó seriamente y fue reemplazado en 1803 por el Capitán Don José Laguna.
No obstante, debió de retornar nuevamente a su puesto de Capitán del Puerto al año siguiente por “el mal desempeño de Laguna”, según el criterio de las autoridades de Buenos Aires. En esa oportunidad, con el agravante de verse frente a un acontecimiento inesperado, como fue el arribo de una expedición militar extranjera que la historia registró como la Primera Invasión inglesa. Situación que le acarreó contraer nuevos dolores de cabeza y nuevas enfermedades, sumadas a una fuerte crisis emocional a causa de la pérdida de cuatro de sus hijos, muertos prematuramente.
Finalmente don Pedro Zizur hallaría su merecido descanso, encomendando su alma a Dios en los meses finales del año 1809, aunque a ciencia cierta no se conoce la fecha exacta de su muerte. Sí se sabe que fue el último capitán del puerto de Buenos Aires nacido en la Metrópolis. Un detalle que la historia dejó en claro.
Un recorrido por los fortines. La expedición de Félix de Azara por Buenos Aires, a fines del siglo XVIII. Diario La Nación, 26/5/2002.
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Diario de Pablo Zizur a las Salinas Grandes. Revista del Archivo General de la Nación, año III. Buenos Aires, 1973.
Ibarguren Carlos Federico, Los antepasados a lo largo de la historia argentina, Tomo II, Los Aguirre
García Hourcade José J. Pedro Pablo de Sanguineto y Basso (1760-1806), marino y geógrafo cartagenero. MVRGETANA. ISSN: 0213-0939. Número 125, Año LXII, 2011.
Crivelli Montero, Eduardo A. Pactando con el enemigo: la doble frontera de Buenos Aires con las tribus hostiles en el periodo colonial. CONICT y Departamento de Ciencias Antropológicas, FFyL, UBA, Bs As, 2013
Bresso, Liliana, Colección Gente que hizo historia: Juan Francisco de Aguirre, N?7, Asunción, Paraguay, junio 2013.
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